Wednesday, April 25, 2007

Contrabando serborrumano

Timisoara, Rumanía, Julio del 2005.

Nano y yo nos disponemos a coger el tren que nos llevará hasta Belgrado. Son las 6.15 de la mañana y es nuestro turno para sacar los billetes. El tren sale a las 6.30, así que no tenemos prisa. Es cuestión de sacar el billete, salir al andén y buscar nuestro vagón.

Pero las cosas se complican. El vendedor hace y rehace cuentas en una calculadora. Añade cifras, se equivoca, vuelve a empezar, pasa el tiempo. Al final se aclara. 1 millón de lei (unos 40€) al cambio. Pensamos que nos ha estafado para sacarse un sobresueldo pero es igual, aún así nos sale barato.
6.25, despedida rápida de Javi y de Laura que se vuelven dentro de unas horas hacia Budapest de camino a España. Salimos con nuestras mochilas corriendo al andén y nos metemos en el primer vagón que vemos. Justo a tiempo.

Tenemos suerte, los vagones están divididos en compartimentos de 2 asientos para 3 personas puestos un enfrente de otro. El vagón está prácticamente vacío así que nos metemos en un compartimento, subimos las mochilas a las bandejas, cerramos la puerta y nos tumbamos cada uno en un asiento. Tras una noche con calor y mosquitos en un hotelucho al lado de la estación (curioso que los campings y los albergues nos hayan parecido mejores que el hotel) parece que podremos dormir un buen rato (el viaje dura algo más de 4 horas). Craso error.

Solo hay 3 personas más en todo el vagón: una mujer que no deja de pegar gritos, un enano y un hombre con coleta que no deja de dar vueltas por el pasillo fumando. Al rato oimos ruido de embalajes y precintos. Pasan los minutos y no deja de oírse el mismo ruido. La mujer sigue pegando gritos y el de la coleta fumando.


Paramos en la frontera entre Rumanía y Serbia. Nos controlan los pasaportes. Nos preguntan a que hemos venido y si hablamos serbocroata o inglés. Finalmente arranca en tren. Pero no, al poco se detiene otra vez.

Entonces se bajan del tren nuestros compañeros de vagón y de entre los árboles aparecen manadas de gitanos con carros de supermercado. Empiezan a bajar fardos y fardos del tren (ahora entendemos tanto ruido de precinto...) y en menos de minutos desaparecen mientras Nano y yo los miramos con los ojos como platos desde la ventanilla.

Finalmente, el tren arranca y proseguimos nuestro camino hacia Belgrado.

Luis

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